viernes, 13 de diciembre de 2013



No hay memoria para recordar el tiempo que aquel venerable ermitaño llevaba metido en su cueva. Una mañana clara y fría abrió los ojos, depositó con sumo cuidado en el suelo los nidos que las
criaturas habían construido en sus largos cabellos.
Se levantó y se dispuso a ascender con la calma del alba la montaña de las cinco fases. Una vez allí
contempló la inacabable belleza que le rodeaba... ensimismado como un niño.
Inspiró profundamente, inspiró desde sus talones, conectando así su qi con el qi del cielo y la tierra,
la pequeña chispa combustionó y de él brotaron miles de rayos de colores. Hubo un instante de silencio. La Tierra calló, él sonrió y esa sonrisa sanó al mundo.




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